¡30 de Mayo, Día de la Libertad!

¡30 de Mayo, Día de la Libertad!

Juan Daniel Balcácer

El pueblo dominicano conmemora hoy el 51 aniversario del ajusticiamiento del dictador Rafael L. Trujillo. La conspiración del 30 de Mayo fue numerosa y estuvo estructurada por diversos grupos (uno de acción, otro político y otro militar) que tenían la responsabilidad de articular un plan, primero para ajusticiar al tirano y, luego, proceder con una segunda fase consistente en apresar a la familia Trujillo y a sus principales epígonos a fin de provocar un recambio en la cúpula política y militar del régimen que al cabo de breve tiempo permitiera la celebración de elecciones libres.

Dentro de los grupos que conformaban el complot, el llamado “grupo de acción o de la avenida” era el responsable de llevar a cabo la ejecución del tirano. Los principales líderes de la conjura habían obtenido la información de que cada miércoles Trujillo habitualmente viajaba a su pueblo natal y sobre la base de ese dato confiaron en que la delicada y arriesgada misión tendría lugar a mediados de semana. Pero el destino quiso que tal acontecimiento sucediera un martes, circunstancia fortuita que provocó que por lo menos tres de los miembros originales del grupo de acción se vieron imposibilitados de participar en el tiranicidio.

Los principales responsables de transmitir esa noticia al núcleo central de la conjura eran –por el grupo de acción- el teniente Amado García Guerrero, quien pertenecía al Cuerpo de Ayudantes Militares de Trujillo, y –por el grupo político- Miguel Angel Báez Díaz, que tenía acceso directo al privilegiado círculo que acompañaba al Jefe en sus frecuentes paseos nocturnos por la avenida George Washington.

Los hombres de la avenida

El grupo de acción que iría a la avenida estaba conformado por nueve personas, que se distribuirían en tres vehículos, pero en vista de que fue necesario actuar con inusitada precipitación antes del día previsto, sólo siete de los hombres que tenían la encomienda de fulminar a tiros al tirano se encontraban disponibles en la ciudad de Santo Domingo. Antonio García Vásquez reveló que originalmente “los hombres que debían ir a la Avenida George Washington serían nueve: tres en cada carro. Antonio Imbert Barrera conduciría el Chevrolet Biscayne de De la Maza. Esto de tres hombres por carro se explica. Uno al volante, conduciendo, y los otros dos en sus respectivas ventanillas, del lado derecho, con toda amplitud y uso total del ángulo de tiro. Era lo justo y necesario, ya que un cuarto individuo no sería más que un estorbo, sobre todo a la libertad de movimiento dentro del carro”. Pese a esta precaución, la noche del tiranicidio los conjurados procedieron de manera diferente y se desplazaron en tres vehículos distribuidos en forma desequilibrada, impulsados tal vez por la premura con que debieron actuar: cuatro, dos y uno. Otros integrantes del “grupo de acción o de la avenida” eran Luis Manuel Cáceres (Tunti), quien debía conducir uno de los autos, y los hermanos Mario y Ernesto de la Maza, uno de los cuales debía sustituir al teniente García Guerrero en caso de que éste estuviese de servicio el día de la acción, pero debido a que estas tres personas acostumbraban viajar a la capital los miércoles, se explica que el martes 30 no estuvieran presentes en Santo Domingo. Por lo tanto, quienes de manera audaz y valiente finalmente acometieron con gran éxito la primera fase del complot fueron: Antonio de la Maza, Antonio Imbert Barrera, Salvador Estrella Sadhalá, Amado García Guerrero, Pedro Livio Cedeño, Huáscar Tejeda Pimentel y Roberto Pastoriza Neret.

         Hay evidencias de que durante el mes de mayo de 1961, al menos en tres ocasiones (los días 17, 24 y 25 respectivamente), los conspiradores intentaron fallidamente enfrentarse al dictador. En la primera oportunidad, Trujillo sorpresivamente alteró su costumbre y tomó una ruta distinta a la habitual para desplazarse a San Cristóbal; en la segunda, sencillamente pospuso el viaje debido a una ligera afección gripal; y, en la tercera, decidió viajar a San Cristóbal por la mañana, siendo necesario que los conjurados postergaran su angustiante “cita” con el llamado Benefactor de la Patria Nueva. Ante tal circunstancia, ha trascendido que en la misma proporción en que los miembros del grupo se desesperaban, el deseo de Antonio de la Maza por llevar a cabo el plan, aunque fuera de manera aislada, desbordaba los límites de la paciencia. Es decir, que De la Maza estaba dispuesto a actuar él solo, por cuenta propia, en caso de que fuere necesario. Es más: el grupo incluso llegó a considerar la posibilidad de atacar a Trujillo el sábado 3 de junio, en Moca, adonde éste tenía programado asistir a un desfile en su honor, como parte de la campaña que venía efectuando a diferentes pueblos con fines proselitistas.

La emboscada final

Sin embargo, conviene retomar el relato de los hechos a partir del 30 de mayo en la tarde. Tan pronto Antonio de la Maza recibió la noticia por conducto de Miguel Ángel Báez Díaz de que Trujillo contemplaba viajar esa noche a San Cristóbal, lo primero que hizo fue confirmar dicha información con el teniente Amado García Guerrero, quien ese día casualmente se encontraba libre de servicio. A seguidas, tras considerar que no disponía de tiempo suficiente para la reflexión pausada, la planificación cautelosa y mucho menos para tratar de congregar a todos los que debían participar en la emboscada, sin pérdida de tiempo De la Maza -cuyo carácter impetuoso era de todos conocido- contactó a los integrantes del grupo de acción accesibles en la capital con el fin de aprovechar la oportunidad que se les presentaría y por la que habían esperado tanto tiempo.

         Todo se desarrolló vertiginosamente. Antonio de la Maza, con no disimulada precipitación, logró convocar a seis compañeros –algunos personalmente y otros por teléfono-, a los cuales advirtió que la hora decisiva había llegado y que las circunstancias exigían pasar de la teoría a la acción. Dos horas después (Robert Crasweller estima que hacia las 7 de la noche), el teniente Amado García Guerrero se comunicó por teléfono con el ingeniero Roberto Pastoriza y le aseguró que había podido confirmar que el hombre saldría esa noche fuera de la ciudad capital. Pastoriza, a su vez, debió contactar a su íntimo amigo, el ingeniero Huáscar Tejeda (que previamente había sido localizado por De la Maza), y de esa manera las personas claves de la conspiración fueron recibiendo la “valiosa información”, como la calificó uno de los héroes. (Ha habido versiones en el sentido de que algunos de los conjurados sugirieron la posibilidad de apresar al Jefe para luego obligarlo a dimitir del poder, perdonarle la vida y finalmente deportarlo pero esa variante del plan habría resultado muy arriesgada y mucho más difícil de ejecutar, por lo que desde un principio dicha posibilidad fue descartada por los líderes del grupo, optándose entonces por una solución más expedita: la simple liquidación física del tirano.)

Tres vehículos intervinieron en la ejecución de Trujillo. Antonio Imbert Barrera, Salvador Estrella Sadhalá y el teniente Amado García Guerrero fueron los primeros en dirigirse a la avenida en donde esperaron por sus demás compañeros. Por su parte, Antonio de la Maza, en compañía de Pedro Livio Cedeño (al que buscó en casa de Juan Tomás Díaz), pasó a recoger a Huáscar Tejeda y a Roberto Pastoriza, continuando en dirección hacia el punto de encuentro. Una vez en la avenida, en las cercanías de la Feria Ganadera, hacia las 8:30 de la noche, los miembros del “grupo de acción” se repartieron las armas que estaban en el carro de Antonio de la Maza. Inmediatamente después decidieron separarse para esperar por su presa, conforme a un croquis que para tales fines había elaborado el ingeniero Roberto Pastoriza. De acuerdo con el plan original, dos de los vehículos debían esperar por una señal de luces y entonces procederían a bloquear la autopista para obligar al carro del dictador a detenerse de suerte tal que el auto persecutor pudiera alcanzar y atrapar al blanco entre dos fuegos. Esta circunstancia hizo suponer al general Imbert que sus tres compañeros permanecieron juntos en las afueras de la autopista esperando por su presa, pero en verdad los hechos ocurrieron de otra manera. Por razones que en ese momento estimaron más conveniente, los dos automóviles se ubicaron en puntos distantes, es decir, separados por una distancia de dos kilómetros. Aún así, el propósito del ingeniero Tejeda, tan pronto recibiera la señal convenida desde el primer automóvil, era adelantarse al vehículo de Trujillo para, en unión a Pastoriza, cerrarle el paso y tenderle el cerco convenido a fin de que el carro manejado por Imbert completara la misión.

En el primer auto, que durante la espera de su presa se estacionó en las proximidades del Teatro Agua y Luz, en dirección oeste-este, viajaban Antonio Imbert Barrera, conductor, Antonio de la Maza, quien ocupaba el asiento derecho delantero, Salvador Estrella Sadhalá y el teniente Amado García Guerrero, quienes iban sentados detrás. En un segundo carro, estacionado a 4 kilómetros de la Feria Ganadera, también en dirección oeste-este, se encontraban el ingeniero Huáscar Tejeda y Pedro Livio Cedeño; mientras que el tercer automóvil, que se aparcó en el kilómetro 9 de la autopista en dirección hacia San Cristóbal, lo conducía el ingeniero Roberto Pastoriza. Como se ha dicho, la misión de estos dos vehículos, cuando recibieran la señal de cambio de luces provenientes del carro que guiaba Imbert Barrera, indicándoles que el coche de Trujillo se aproximaba, era entrar en acción e interceptar el objetivo para obligarlo a detenerse, facilitando mediante esa maniobra que de la Maza y los demás compañeros lo embistieran a tiros.

         Trujillo viajaba sentado en el asiento trasero de su Chevrolet azul celeste, modelo 57, contiguo a la puerta posterior derecha. En el interior del vehículo había tres ametralladoras, además de la pistola de reglamento que portaba el chofer. Trujillo también tenía una pistola calibre 38 así como el maletín que acostumbraba llevar consigo, repleto de dinero en efectivo, pues una de sus divisas preferidas era que “lo que no podía solucionar con las balas, lo resolvía con dinero”.

Tan pronto los cuatro conjurados avistaron el carro del déspota, se prepararon para perseguirlo cuando pasara frente al lugar donde se encontraban estacionados. Con cierta premura encendieron el motor de su auto, hicieron un giro y de inmediato enfilaron en dirección este-oeste tras la codiciada presa. En el momento en que el vehículo conducido por Imbert Barrera se colocó paralelo al de Trujillo, Antonio de la Maza y Amado García Guerrero dispararon sus armas creyendo erradamente que habían fallado en su primer intento y que el objetivo había salido ileso, pero en realidad no fue así. El disparo de escopeta que hizo De la Maza dio en el blanco y resultó ser mortal para El Jefe. Ante el inesperado ataque, el chofer de Trujillo frenó bruscamente provocando que el automóvil manejado por Imbert rebasara velozmente al coche del dictador. Fue entonces cuando Imbert (urgido por de la Maza) giró en “U” aceleradamente y se situó a unos 15 metros de distancia del objetivo. De inmediato los cuatro ocupantes del vehículo atacante se desmontaron, armas en mano, dando así inicio un intenso tiroteo que, según apreciaciones de expertos militares, duró aproximadamente diez minutos: una eternidad para la magnitud del hecho que allí se consumaba. Trujillo y su chofer también salieron del vehículo, detenido en medio del paseo central de la avenida en posición diagonal (pues De la Cruz quiso intentar un giro a la izquierda para regresar a la capital). Una vez fuera del carro, y parapetados detrás del mismo, el capitán De la Cruz respondía con ametralladora al fuego de sus atacantes, defendiéndose, al tiempo que trataba de proteger a su jefe.

         Los dos Antonio, Imbert y De la Maza, tirados sobre el pavimento, solicitaron a sus otros dos compañeros, Estrella Sadhalá y García Guerrero, que los cubrieran ya que tratarían de acercarse al carro de Trujilllo con el propósito de terminar rápidamente el enfrentamiento, que, según consideraban, se estaba prolongando demasiado. De la Maza logró deslizarse por el pavimento hasta posicionarse detrás del vehículo de Trujillo, mientras que Imbert lo hizo por la parte delantera. La intensidad del tiroteo aumentaba cada vez más cuando, de repente, De la Maza, después de haberle disparado otra vez al tirano, gritó: “¡Tocayo, va uno para allá!”.

El tiro de gracia

         En medio de aquella lluvia de proyectiles, los atacantes del Jefe no se percataron de que el chofer de éste había cesado de disparar, fuera porque había perdido el conocimiento o porque había abandonado su posición a fin de preservar la vida, replegándose hacia la maleza, mientras que Imbert sí pudo notar que una persona, evidentemente mal herida, se tambaleaba frente al vehículo en donde minutos antes se encontraba el hombre más poderoso del país. Era nadie menos que Rafael L. Trujillo, cuyo metal de voz Imbert dice haber reconocido, pues el dictador naturalmente se quejaba de las heridas recibidas o profería palabras que en ese momento resultaron ininteligibles. Un certero disparo de Antonio Imbert, que Trujillo recibió en el pecho, detuvo su marcha, desplomándose estrepitosamente a casi tres metros de distancia de su atacante. En ese preciso instante, Antonio de la Maza, a la velocidad de un rayo, emergió de la oscuridad de la noche aproximándose al cuerpo del dictador -que yacía sobre el pavimento “boca arriba, con la cabeza en dirección a Haina”- y le descerrajó un tiro de pistola en la barbilla. Dicen que Bruto, cuando le asestó la estocada mortal a Julio César, exclamó: “¡Así les ocurra siempre a los tiranos!”. Antonio de la Maza, en cambio, en el momento culminante de aquella hazaña digna de Aquiles o de Ulises, lanzó una expresión típica de la sabiduría campesina dominicana, que bien pudo figurar como epitafio en la lápida que cubriría los despojos mortales del tirano: “¡Este guaraguao no come más pollos!”. En cuestión de minutos Trujillo estaba muerto. Quien usurpa la espada, sentenció Juan de Salisbury, merece morir por la espada.

Se dice que el tiro de gracia es un recurso de suprema humanidad mediante el cual se exime a alguien herido -cuya muerte es irreversible- de una agonía tormentosa. Es obvio que no fue un sentimiento de conmiseración el que animó a Antonio de la Maza a rematar a su víctima, sino que más bien quiso cerciorarse de que no hubiese posibilidad alguna para que Trujillo continuara con vida. La certidumbre de que el obstinado mocano fue el autor de ese tiro de gracia se debe a su propio testimonio, pues al cabo de media hora de ocurrido el tiranicidio, ya reunidos los conjurados en casa de Juan Tomás Díaz, con “el hombre” exánime en el baúl de su carro, De la Maza se dirigió al doctor Marcelino Vélez Santana en estos términos: “Mira a ver si este hijo de la gran puta está muerto”, y ante la respuesta afirmativa del galeno, el héroe agregó: “Yo sabía que ese perro no ladra más, porque ese tiro –señalando debajo del mentón-, ese tiro de gracia se lo di yo”.

Se atribuye a Plutarco –el de Vidas Paralelas– haber sostenido que la muerte de un tirano es un acto de suprema virtud cívica; aseveración que concuerda con la tradición política de los griegos y romanos de la época clásica para quienes la muerte de un tirano infame era considerada un acto glorioso y, por demás, heroico.

Honor y respeto merecen, pues, los héroes del 30 de Mayo, quienes acometieron la extraordinaria hazaña política de eliminar a un tirano con el fin de que el pueblo dominicano pudiera cristalizar sus anhelos de libertad y de justicia social reprimidos durante tres decenios. Es evidente que el 30 de Mayo representa para los dominicanos el símbolo más sublime que da inicio a las luchas populares por establecimiento del sistema democrático y es por tal motivo que el pueblo agradecido rememora el 30 de Mayo como el ¡Día de la Libertad!