General Ramón Matías Mella, prócer de la independencia y de la restauración  

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Juan Daniel Balcácer*

 

Con motivo de conmemorarse en el pasado año el bicentenario del natalicio del prócer Ramón Matías Mella, el Presidente de la República, licenciado Danilo Medina Sánchez, creó una Comisión Nacional para que a lo largo del año organizara y realizara un amplio programa de actividades a fin de exaltar y rememorar los eminentes servicios que el prócer Mella prestó al país durante las dos grandes gestas nacionalistas del siglo XIX dominicano: la independencia nacional y la guerra de la Restauración.

Conjuntamente con el Ministerio de Defensa, el Ministerio de Educación y la Comisión Permanente de Efemérides Patrias, y otras instituciones culturales, se organizaron sendos seminarios, en Santo Domingo y en Santiago, para analizar y exaltar la trayectoria pública de tan insigne paladín de nuestras guerras independentistas. Los trabajos presentados en los referidos cónclaves pronto verán la luz pública en forma de libro; al igual que una reimpresión auspiciada por la Comisión de Efemérides Patrias del valioso libro “Homenaje a Mella”, compilado por el historiador Emilio Rodríguez Demorizi, ya agotado, y que en 1970 publicó la Academia Dominicana de la Historia.

En este punto conviene subrayar que durante la pasada centuria, sobre todo a lo largo del ominoso interregno de la dictadura trujillista, el papel desempeñado por Ramón Matías Mella en el proceso político de la Primera República fue distorsionado y algo disminuido por determinadas corrientes históricas especializadas en fabricar héroes con pies de barro con tal de construir discursos apologéticos de ciertos personajes, como el general Pedro Santana, que simbolizaban todo cuanto significaba lo opuesto al partido nacional liderado por Juan Pablo Duarte.

Fue así como en el decurso de varios decenios un misterioso manto del olvido cubrió la limpia hoja de servicios del general Ramón Matías Mella, relegando a un plano secundario sus hazañas políticas y militares. Raro era que se hablara de él con la profusión que ameritaban sus hechos y su obra política, resaltando su intachable conducta pública al igual que su consistente cosmovisión nacionalista. Su nombre apenas era mencionado el 25 de febrero, su fecha natalicia, o el 27 de febrero, cuando se conmemora la proclamación de la República, y en ambos casos se estilaba destacar la singular acción de la puerta de La Misericordia cuando, en un gesto de indudable arrojo espartano y como consecuencia de una intempestiva decisión, Mella hizo el disparo auroral de la República, precipitando de esa manera el feliz desenlace de aquellos acontecimientos memorables.

En la época actual, sin embargo, si los investigadores y analistas del pasado procedieran de manera imparcial y al margen de las pasiones políticas o familiares, cuando se aproximen al conocimiento de los sucesos que dieron lugar al nacimiento de la República Dominicana, podrán constatar el hecho insoslayable de que entre los febreristas y trinitarios fundadores del Estado-nación, que los duartistas bautizaron con el nombre de República Dominicana, Ramón Matías Mella fue, al decir del historiador Emilio Rodríguez Demorizi, el de mayor significación política y social y –con excepción de Duarte- el de más exaltado patriotismo.

Al reconstruir de manera fidedigna el proceso político y social de la llamada Primera República, se podrá constatar que la figura pública del general Mella alcanza una estatura histórica de magnitudes colosales, equiparable a la de los grandes libertadores de América. El trabucazo audaz, a mi modo de ver, es tan sólo un pasaje ínfimo de su fascinante trayectoria revolucionaria, la cual vista en su totalidad le ha permitido ingresar para siempre al templo de los héroes nacionales para conformar, junto con Sánchez y Duarte, la inmortal tríada de los Padres de la Patria.

La contribución del general Ramón Matías Mella a la causa independentista superó los límites individuales e incluyó a una parte importante de su familia. Por eso la familia de Mella ha sido denominada con propiedad como “la familia procera”. Su hermano Idelfonso Mella Castillo fue de los firmantes de la Manifestación del 16 de enero de 1844 y le acompañó en la heroica acción del Conde, en donde también estuvo su suegro Gertrudis Brea. Durante la gloriosa guerra restauradora, además de su inseparable hermano Idelfonso, a su lado estuvieron sus dos jóvenes hijos, Ramón María e Idelfonso Mella Brea.

De profunda formación cristiana, Mella fue hombre de fina sensibilidad social. De incuestionable integridad moral y probo a carta cabal, supo cultivar el aprecio y la admiración de cuantos le conocieron y trataron. Fue comerciante, militar de brillante carrera, político, diplomático, titular de diversas secretarías de Estado, entre ellas la de las Fuerzas Armadas –que entonces se llamaba de Guerra y Marina– y finalmente Vicepresidente de la República del Gobierno Restaurador en armas, cargo que no pudo asumir entonces por encontrarse muy enfermo.

Antes de concluir, me permito rememorar un episodio protagonizado por Mella, que nos revela la reciedumbre de su carácter y la gallardía con las que el insigne prócer defendía sus principios y convicciones políticas cuando se trataba de preservar y defender la nacionalidad dominicana.

Refiere Manuel de Js. Troncoso de la Concha que algunos meses antes del Grito de Capotillo, el general Ramón M. Mella estuvo de visita en la ciudad de Santo Domingo, y que aprovechando esa circunstancia el Capitán General de la colonia, el Teniente General Felipe Ribero, requirió su presencia en el palacio de Gobierno.

Coincidió que en esos días por la línea noroeste se habían producido varias tentativas revolucionarias contra la ocupación española que naturalmente no prosperaron. Troncoso de la Concha describe que en el curso de la reunión que sostuvieron Mella y el Capitán General de la colonia, éste le dijo lo siguiente:

“Supongo, General, que usted no habrá estado complicado en esas vagabunderías que han tenido lugar en algunos pueblos de la isla.”

“A lo cual contestó Mella:

“-No, General; pero si algún día usted oyera decir que el General Mella está comprometido en algún movimiento, jure que no es vagabundería.”

¡Así era Mella! Altivo, enérgico, firme y dispuesto a defender en cualquier circunstancia la doctrina política que profesaba. Las generaciones del presente y del porvenir siempre deben tener presente que, a pesar de las adversidades padecidas por la gloriosa legión de nuestros libertadores, el general Ramón Mella siempre fue leal al ideal Duartiano, además de un consecuente nacionalista y un decidido defensor de la soberanía nacional, por cuya causa luchó hasta encontrar la muerte, por enfermedad, en plena guerra restauradora.

Es deber cívico y patriótico de todo buen dominicano rendir tributo permanente a la memoria del general Ramón Matías Mella, porque debido a su inmenso sacrificio, junto con sus demás compañeros de lucha, es que hoy disfrutamos de una República Dominicana libre, soberana y democrática.

*El autor es historiador. Miembro de Número de la Academia Dominicana de la Historia

 

Francisco del Rosario Sánchez: héroe de la independencia y precursor de la Restauración

 

Juan Daniel Balcácer

Francisco del Rosario Sánchez nació en la villa de Santo Domingo el 9 de marzo de 1817, en la calle Del Tapado o Tapao, hoy 19 de marzo, casa No. 15. Sus padres fueron los señores Narciso Sánchez y Olaya del Rosario.

De su adolescencia se tienen escasas noticias. Y sobre su formación intelectual se conoce muy poco. Se sabe, sin embargo, que durante la Dominación Haitiana sus primeros estudios los realizó en las mejores escuelas particulares de Santo Domingo y que luego perfeccionó sus conocimientos bajo las enseñanzas de los presbíteros Antonio Gutiérrez y Gaspar Hernández.

Hacia 1838, cuando fue fundada la sociedad secreta La Trinitaria, se dedicaba a fabricar peines de concha de carey; es decir, desempeñaba el oficio, típico de esa época, conocido como peinetero en concha.

Posteriormente, ya proclamada la República Dominicana, incursionó en el campo del derecho pragmático y devino Defensor Público, profesión en la que descolló con notable éxito.

En 1849 casó con Balbina de Peña, con quien procreó dos hijos: Juan Francisco y Manuel de Jesús Sánchez. Fruto de sus relaciones con la señora Leoncia Rodríguez, durante su primer exilio en 1846, nació Eulalia, primogénita del prócer.

En los trabajos revolucionarios

Aunque no figuró entre los nueve fundadores de La Trinitaria, por sus cualidades personales y por sus estrechos vínculos con Duarte –a quien al parecer conoció en las clases de filosofía que impartía el presbítero Gaspar Hernández–, Sánchez se convirtió en uno de los más destacados adeptos de la benemérita agrupación revolucionaria.

En 1843 participó en la Revolución de la Reforma. En julio de ese mismo año, por encargo de Juan Pablo Duarte, visitó Los Llanos en misión revolucionaria, hospedándose en casa de Vicente Celestino Duarte, quien era el enlace de los trinitarios en todo lo concerniente al Oriente de la parte española de la isla.Captura de pantalla 2017-03-10 a las 1.30.08 p.m.

En julio de 1843, consecuencia de la inesperada visita a Santo Domingo del presidente haitiano Charles Herard, cuyo propósito era desarticular el movimiento revolucionario y reducir a prisión a sus principales cabecillas, es decir a Duarte, Pérez y Pina, éstos se vieron forzados a ocultarse para luego abandonar la isla, en razón de la obstinada persecución de que fueron objeto por parte de las tropas haitianas.

Sánchez, quién se había unido a su jefe político la misma noche del día en que éste se ocultó, no pudo acompañarlo al destierro debido a que estaba muy enfermo. Se dice que sus amigos aprovecharon esta circunstancia para propalar la falsa especie de su muerte y que hasta simularon un funeral en el patio de la Iglesia del Carmen.

Proclamación de la República

Durante la ausencia de los principales dirigentes del partido duartista, Francisco del Rosario Sánchez, Vicente Celestino Duarte y Ramón Matías Mella, que habían sido de los adeptos más destacados de La Trinitaria, permanecieron al frente de los asuntos revolucionarios.

Ellos mantuvieron permanente contacto con Duarte, a quien le solicitaron que gestionara en Venezuela, donde se había radicado temporalmente, alguna ayuda económica al igual que pertrechos militares para la Revolución.

Los esfuerzos realizados por Duarte, empero, no resultaron muy exitosos; y a no ser porque el sector conservador decidió unirse al movimiento hacia finales de 1843, la separación de Haití no se hubiera convertido en un hecho concreto, cosa que como sabemos acaeció la noche del 27 de febrero de 1844.

Político pragmático

Francisco del Rosario Sánchez fue el más jovial y alegre de aquellos gladiadores de reciedumbre espartana que nos legaron el Estado dominicano, y quien siempre exhibió un acendrado fervor patriótico defendiendo el derecho del pueblo dominicano a la autodeterminación y a la soberanía nacional.

Sánchez era alto, muy alto, de piel oscura, de contextura delgada, y sobremanera circunspecto. Poseedor de un fino sentido del humor, se destacaba entre sus amigos por su constante sonrisa, siempre a flor de labios.

Al igual que sus demás compañeros de lucha, Sánchez también sintió en lo más profundo de su alma la necesidad de separar las comunidades haitiana y dominicana para proporcionarle a su pueblo un Estado-nación democrático, libre e independiente. Y hacia esos nobles objetivos dedicó sus anhelos y esfuerzos de juventud.

Proclamada la República, y tras reintegrarse al país después de su primer exilio, que duró cuatro años, pudo haber vivido holgadamente de su profesión como Defensor Público, alejado del con frecuencia poco halagador mundo de la política. Sin embargo, prefirió incorporarse militantemente al proceso social que experimentó el país después del 27 de febrero de 1844 con el firme propósito de velar porque a sus compatriotas no se les vedara el derecho a no depender colonialmente de ningún poder extranjero.

Fue un hombre de coyunturas, que siempre actuó conforme a los dictados de su conciencia, siempre alerta contra cualesquiera intentos foráneos para aniquilar la República Dominicana. Mientras dispuso de vigor y energía para ofrecer su concurso a la defensa de la soberanía nacional, lo hizo sin reparar en la magnitud del sacrificio que la Historia suele deparar a los hombres excepcionales.

Se podrá o no estar de acuerdo con algunas de sus posiciones públicas en determinadas circunstancias de su trayectoria política. Pero sería injusto soslayar, o relegar a un plano de segundo orden, su irreductible convicción revolucionaria y su firme adhesión al esquema duartista de liberación nacional. Cada vez que fue necesario luchar para preservar la autonomía nacional, su presencia no se hizo esperar, ya fuera al través de la tribuna pública o en el campo de batalla.

En una de esas fervorosas demostraciones de inquebrantable fe en las potencialidades del pueblo dominicano para sostener su independencia, Francisco del Rosario Sánchez ofreció su vida para convertirse en uno de los más excelsos mártires del patriotismo dominicano.

Cuando la infausta tempestad de la anexión a España se cernía sobre el incierto horizonte de la Patria, y sus demoledores vientos amenazaban con devastar todo vestigio de libertades públicas y de autogobierno, Sánchez se hizo eco del sentir popular que ya se había acostumbrado a disfrutar de las ventajas que se derivan del sistema de gobierno republicano y democrático.

 

Fue en esos momentos de supremo heroísmo que, al tiempo de lanzarse al rescate de la República mancillada de manera inconsulta, en un Manifiesto político, fechado el 20 de enero de 1861, desmintió los infundios propalados por el gobierno santanista en el sentido de que el movimiento que lideraba promovía el retorno a la esclavitud de común acuerdo con el gobierno haitiano. En ese histórico documento Sánchez exhortó a los dominicanos a derrocar a Santana, a quien llamó tirano, y a no vacilar en declararse libres e independientes, “enarbolando la bandera cruzada del veinte y siete” y proclamando “un gobierno nuevo que reconstituya el país y os dé las garantías de libertad, de progreso y de independencia que necesitáis.”

A continuación reproducimos el célebre párrafo en el que Sánchez, recordando la noche memorable del 27 de febrero cuando le cupo la gloria de plantar por primera vez sobre el baluarte de El Conde la bandera dominicana, explicó el por qué la expedición armada que lideraba contó con el respaldo coyuntural del gobierno haitiano que entonces presidía Fabré Geffrard: “He pisado el territorio de la República entrando por Haití, porque no podía entrar por otra parte, exigiéndolo así, además, la buena combinación, y porque estoy persuadido que esta República, con quien ayer cuando era imperio combatíamos por nuestra nacionalidad, está hoy tan empeñada como nosotros, porque la conservemos merced a la política de un gabinete republicano, sabio y justo.”

“Mas, si la maledicencia buscare pretextos para mancillar mi conducta, responderéis a cualquier cargo, diciendo, en alta voz, aunque sin jactancia, que YO SOY LA BANDERA NACIONAL”.

Varios meses después, esto es el primero de junio, la expedición dirigida por Sánchez y Cabral penetró a territorio dominicano y al cabo de días ya se encontraba en El Cercado y habían continuado el avance hacia Las Matas. Sin embargo, debido a que la presión internacional ejercida por la monarquía española sobre el gobierno haitiano provocó que este suspendiera el apoyo logístico a los patriotas, fue necesario que estos optaran por iniciar la retirada hacia la frontera con el fin de reconsiderar la situación. Fue entonces cuando, al pasar de nuevo por El Cercado, el 20 de junio por la noche fueron emboscados por leales al gobierno español en las proximidades del paraje Juan de la Cruz, resultando Sánchez herido en la ingle y en una pierna. A principios de julio ya los prisioneros habían sido trasladados a San Juan, en donde el general Pedro Santana ordenó que fueran procesados por un Consejo de Guerra que los condenó a la pena capital. El 4 de julio de 1861 fueron fusilados en el cementerio de San Juan, al pie de una gúasima.

A partir de este 9 de marzo de 2017 el pueblo dominicano conmemorará el bicentenario del natalicio de Francisco del Rosario Sánchez, héroe y mártir, respectivamente, de las dos grandes gestas independentistas dominicanas del siglo XIX, razón por la cual la posteridad agradecida lo recuerda y venera de manera permanente como uno de los tres padres fundadores de la República.